EL INICIO DE LOS AÑOS DORADOS
Durante los mandatos del general Manuel Ávila Camacho (1940 a 1946), y de Miguel Alemán Valdés, (1946 a 1952); el séptimo arte adquirió peculiar relevancia dado que el ingreso de las producciones nacionales al mercado internacional impactaron notablemente a la economía mexicana, al grado de convertirse en una de las principales industrias del país. Por este motivo el 1 de abril de 1941 surgió el Departamento de Supervisión Cinematográfica, organismo encargado de evaluar y autorizar la exhibición de las películas comerciales en todo el país; además un año después, gestionó un acuerdo para sustentar cuatro vías de apoyo a la cinematografía nacional: proporcionar apoyo financiero para la producción, facilitar el uso de maquinaria y tecnología, llamar a la formación de una comunidad de expertos y técnicos para laborar en la realización, y finalmente, lograr la distribución mundial de los filmes nacionales.
De esta suerte, un escenario alentador se tendió ante los realizadores deseosos de filmar quienes desde 1942 también contaron con el Banco Cinematográfico SA, un organismo dedicado a administrar el dinero generado por y para las películas nacionales. Adicionalmente, es importante mencionar que fue también durante los años cuarenta que fueron construidos los estudios cinematográficos más productivos de la época, tal como los Estudios Churubusco y Estudios Cuauhtémoc, en 1945, un año después los Estudios Tepeyac, y finalmente México Films, en 1947.
LA NUEVA ESCENA DEL CINE MEXICANO
El rotundo éxito alcanzado con Allá en el rancho grande (1936), abrió paso a una oleada de producciones que se distinguieron por explorar nuevos caminos narrativos a través de la adaptación literaria, la comedia musical, además de ficciones que priorizó la exaltación nacionalista como tema central o un reencuentro nostálgico con los tiempos de lucha revolucionaria. Por su parte, la aproximación a escenarios que mostraron las carencias de la sociedad mexicana a través de melodramas urbanos también tuvieron gran presencia. Así, de esta amplia variedad de contenidos y líneas temáticas, emergieron aquellas figuras emblemáticas que constituyeron el “star system mexicano”, del que destacaron nombres como el de Pedro Infante, María Félix, Jorge Negrete, Cantinflas, Dolores Del Río, Luis Aguilar, Sara García, Pedro Armendáriz, además de una nueva generación de realizadores encabezada por Emilio Fernández, Julio Bracho, Roberto Gavaldón, Ismael Rodríguez, entre otros. También destaca el cinefotógrafo Gabriel Figueroa, quien contribuyó en la conformación de una estética visual de la mexicanidad. Además el cine involucró a más personajes de distintos ámbitos del país; de esta forma importantes escritores, pintores, compositores y miembros de la comunidad cultural participaron intensamente. Todos contribuyeron a que el cine mexicano se consolidara como una industria sustentable, con la capacidad de generar ganancias para reinvertir en producción, difusión y exhibición.
El melodrama ranchero
Uno de los géneros más populares fueron las historias desarrolladas en el entorno rural y las rancherías, las cuales en más de una ocasión presentaron imágenes que se asentaron como un elemento icónico de la identidad mexicana: locaciones en entornos naturales con gran atractivo, campos abiertos, lagos y lagunas, así como pueblos con belleza arquitectónica. Uno de los ejemplos relevantes tiene fecha desde 1935 con Janitzio, dirigida por Carlos Navarro. Aquí se narró la historia de Zirahuén, un pescador del lago de Pátzcuaro, Michoacán, quien lidia con otros hombres que pretenden invadir su lugar de trabajo, mientras que otro personaje busca acercarse a la mujer del pescador. El papel protagónico estuvo en manos Emilio Fernández, acompañado por la actriz María Teresa Orozco y Gilberto González
Otro ejemplo de este esquema argumental es ¡Ay, Jalisco, no te rajes!(1941), de Joselito Rodríguez; ficción en la que Salvador Pérez, interpretado por Jorge Negrete, es un huérfano criado por un peón y un cantinero, que al crecer jura vengar la muerte de sus padres, aunque en el proceso conoce y se enamora de Carmela, una mujer a punto de casarse a disgusto solo para salvar a su padre. El encuentro de ambos cambia el rumbo de sus vidas. Dos años después, en 1943, Emilio Fernández dirigió su tercer largometraje Flor silvestre, producción en la que reclutó a un elenco compuesto por estrellas como Dolores del Río, Pedro Armendáriz, Miguel Ángel Ferriz. En conjunto dieron vida al romance y aventura entre José Luis, hijo de un hacendado que se enamora de Esperanza, una humilde campesina, razón por la que el padre del joven se enfada y le deshereda. Los enamorados parten en busca de un nuevo destino, pero en el camino tendrán que enfrentar a ciertos personajes que amenazan su tranquilidad.
En 1946, Emilio Fernández confirmó su importante labor de cineasta al realizar Enamorada (1946), filme que obtuvo el Premio Ariel como Mejor Película. Asimismo, el filme contó con la fotografía a manos de Gabriel Figueroa, y la actuación de una de las parejas más emblemáticas: María Félix y Pedro Armendáriz. La película se ubicó en los años revolucionarios, en la ciudad de Cholula, Puebla, donde el general José Juan Reyes se enamora de Beatriz Peñafiel, hija de uno de los hombres más ricos de la localidad.
Ese mismo año, Los tres García (1946), de Ismael Rodríguez, desarrolló un relato sobre tres primos encarnados por Pedro Infante, Abel Salazar y Víctor Manuel Mendoza, quienes compiten por la atención de Lupita Smith, recién llegada de Estados Unidos. Más adelante, La perla (1947), de Emilio Fernández, se convirtió en la primera producción mexicana en ganar un Globo de Oro en la categoría de Mejor Fotografía, también de Gabriel Figueroa. En la película, la desesperación de Quino y Juana afloran luego de que un alacrán ataca a su hijo, sin embargo el doctor del pueblo se niega a atenderlos. Un día, durante una jornada de pesca, Quino encuentra una hermosa perla con la que ve la oportunidad de superar la precaria situación que aqueja a su familia, por lo que buscará vender la perla.
Finalmente, rumbo al fin de la década, se estrenó Pueblerina (1948), también de Emilio Fernández. En esta ocasión se cuenta la historia de Aurelio, quien tras cumplir con una condena por vengar la violación de su novia, vuelve para intentar rehacer su vida, sin embargo, a su regreso se entera que su novia y su hijo han sido exiliados del pueblo. Esta historia fue nominada a la Palma de Oro en Cannes y resultó indiscutible ganadora de Mejor actuación, Mejor fotografía y Mejor música en los Premios Ariel.
Dramas urbanos
Desde otro ángulo, los relatos que tuvieron como escenarios las calles de las ciudades alrededor del país y de la misma capital también se colocaron como grandes éxitos en el cine mexicano. Taquilleras de esa época destacan ¡Ay, qué tiempos, señor don Simón! (1941), de Julio Bracho y con la participación de la actriz Mapy Cortés, Joaquín Pardavé y Arturo de Córdoba. Con una aceptación similar por parte del público, Cuando los hijos se van (Juan Bustillo Oro, 1941) ofreció un relato protagonizado por Sara García y Joaquín Pardavé, en el que Raymundo se ve afectado por las calumnias de su hermano José, al ser acusado injustamente de robo, hecho que genera el repudio de su padre, y más tarde de su novia. Sin embargo, la única que no pierde la fé en él es su madre, doña Lupita.
Ya superada la mitad de la década, Campeón sin corona (1946), bajo la dirección de Alejandro Galindo, llegó a los cines del país. La narración parte de la trayectoria del pugilista Roberto “Kid Terranova”, quien pasó de ser un humilde nevero a debatirse grandes títulos en el ring. Sin embargo, su reto más grande llega cuando tiene que enfrentar al peleador estadounidense Joe Ronda. Para entonces, este filme logró el reconocimiento nacional al ser condecorado con cuatro Premios Ariel durante su primera edición en 1947.
Igualmente, ese año concluyó la filmación de Nosotros los pobres (1948), de la dirección de Ismael Rodríguez. La película centra su relato en la pobreza de los barrios de la ciudad con personajes que se convirtieron en referentes de la identidad de los habitantes de suburbios capitalinos. El largometraje comienza cuando dos niños encuentran un libro en el que descubren la historia de una comunidad pobre ubicada en la Ciudad de México. Ahí viven los personajes principales, entre ellos el carpintero Pepe “El Toro”, su hija Chachita, su madre, y su pareja apodada “La Chorreada”. El conflicto se desarrolla cuando Pepe es injustamente acusado de asesinato, pero siempre cuenta con el apoyo del barrio. Del mismo modo, en esta historia destacan otros personajes que se proyectan como sujetos marginados que habitan las calles, tal como La tostada, encarnada por Delia Magaña, y La Guayaba (Amelia Wilhelmy). Al año siguiente, se estrenó la secuela Ustedes los ricos (1948), donde Pepe está casado con La Chorreada y Chachita conoce a su verdadera abuela, una mujer adinerada, que busca alejarla del barrio e insertarla en una vida totalmente distinta. Además, El tuerto, quien es el verdadero culpable del asesinato del que se acusó a Pepe, escapa de prisión y en venganza causa un incendio en el que muere “El torito”, hijo del carpintero.
Uno de los aspectos más reconocidos en cuanto a la personalidad que proyectaron los personajes de estas historias fue el sentido de solidaridad ante lo adverso, señal que se encuentra también en Salón México (1949), dirigida por Emilio Fernández. La narración comienza en el ambiente del cabaret en el que trabaja Mercedes Gómez (Marga López) para ofrecer una buena educación a su hermana menor Beatriz (Silvia Derbez). El curso de la historia cambia cuando Mercedes junto a su jefe Paco (Rodolfo Acosta), ganan un concurso de danzón y éste pretende quedarse con el dinero, por lo que la mujer roba el premio.